Reflexiones sobre la misión en la Encíclica del Papa Francisco “Dilexit Nos”.
Dilexit nos”. Él nos amó. La nueva Encíclica del Papa Francisco, publicada hoy, sigue el hilo dorado de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús para adentrarse en el Misterio del amor divino manifestado en el don de la Creación y en aquel, “más admirable”; de la Redención. Un misterio, el de la “Dilectio” de Cristo -sugiere el Papa-, al que se acerca también cada movimiento de la misión de salvación confiada por el mismo Cristo a su Iglesia.
El nuevo documento del Magisterio pontificio, escrito en español, fue anunciado por el Papa Francisco en junio, mes dedicado tradicionalmente a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
El Pontífice, que desde su juventud ha cultivado una especial devoción al Sagrado Corazón de Jesús, ha querido dedicarle ahora una Encíclica, que consta de cinco capítulos divididos en 220 párrafos, justo cuando la Iglesia universal celebra el 350 aniversario de la primera manifestación del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque en 1673 (las celebraciones se iniciaron el 27 de diciembre de 2023, y se clausurarán el 27 de junio de 2025, ed.).
En la Encíclica, la misericordia y la gracia que el Sagrado Corazón de Jesús derrama en la vida de los suyos se indican también como fuente de toda auténtica labor apostólica y misionera. La palabra "misión" aparece 16 veces en diferentes secciones del texto.
Partiendo del relato evangélico, el Papa Francisco señala que Cristo, “si te llama, si te convoca a una misión, primero te mira, penetra lo más íntimo de tu ser, percibe y conoce todo lo que hay en ti, deposita en ti su mirada” y luego “nos habla”, pero lo hace "interiormente” “para llevarnos a un mejor lugar”, “para hacernos entrar allí donde podemos recuperar las fuerzas y la paz”, es decir “su propio corazón” (39-43).
Un corazón que “libera” a la Iglesia de un “dualismo” peligroso: “el de comunidades y pastores concentrados sólo en actividades externas, reformas estructurales vacías de Evangelio, organizaciones obsesivas, proyectos mundanos, reflexiones secularizadas, diversas propuestas que se presentan como formalidades que a veces se pretende imponer a todos”. Dinámicas que pueden llevar a “un cristianismo que ha olvidado la ternura de la fe, la alegría de la entrega al servicio, el fervor de la misión persona a persona, la cautivadora belleza de Cristo, la estremecida gratitud por la amistad que él ofrece y por el sentido último que da a la propia vida. Se trata de otra forma de engañoso trascendentalismo, igualmente desencarnado” (88).
La misión de los que son mirados por Jesús, por tanto, puede tomar impulso mirando a su Sagrado Corazón porque “al mismo tiempo que el Corazón de Cristo nos lleva al Padre, nos envía a los hermanos. En los frutos de servicio, fraternidad y misión que el Corazón de Cristo produce a través de nosotros se cumple la voluntad del Padre” (163).
El Papa Francisco cita a su predecesor San Pablo VI, quien, dirigiéndose a las Congregaciones comprometidas en la devoción al Sagrado Corazón, recordaba: “el ardor pastoral y misionero se inflama principalmente en los sacerdotes y en los fieles, para trabajar por la gloria divina, cuando mirando el ejemplo de aquella inmensa caridad que nos mostró Cristo, consagran todo su esfuerzo a comunicar a todos los inagotables tesoros de Cristo” (208).
Es por ello que “a la luz del Sagrado Corazón la misión se convierte en una cuestión de amor” (208). La misión subraya el Papa Francisco, “entendida desde la perspectiva de la irradiación del amor del Corazón de Cristo, exige misioneros enamorados, que se dejan cautivar todavía por Cristo y que inevitablemente transmiten ese amor que les ha cambiado la vida. Entonces les duele perder el tiempo discutiendo cuestiones secundarias o imponiendo verdades y normas, porque su mayor preocupación es comunicar lo que ellos viven y, sobre todo, que los demás puedan percibir la bondad y la belleza del Amado a través de sus pobres intentos. ¿No es lo que ocurre con cualquier enamorado?” (209).Para comprender mejor la dinámica de amor inherente a la misión, el Papa Francisco cita las palabras del gran poeta italiano Dante Alighieri que, “enamorado, procuraba expresar esta lógica: «Cada vez que la elogio cual presea, amor me hace sentir con tal dulzura, que, de obrar con sutil desenvoltura, enamorara de ella a toda gente»” (209) en sus versos.
En toda obra apostólica, advierte el Pontífice, “no se debería pensar en esta misión de comunicar a Cristo como si fuera solamente algo entre él y yo. Se vive en comunión con la propia comunidad y con la Iglesia. Si nos alejamos de la comunidad, también nos iremos alejando de Jesús. Si la olvidamos y no nos preocupamos por ella, nuestra amistad con Jesús se irá enfriando. Nunca se debería olvidar este secreto. El amor a los hermanos de la propia comunidad -religiosa, parroquial, diocesana, etc.- es como un combustible que alimenta nuestra relación de amigos con Jesús”, añade el Papa, que sugiere practicar “actos de amor a los hermanos de comunidad pueden ser el mejor o, a veces, el único modo posible de expresar ante los demás el amor de Jesucristo. Lo decía el mismo Señor: «En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13,35)” (212).
“Por lo tanto, si nos dedicamos a ayudar a alguien eso no significa que nos olvidemos de Jesús. Al contrario, lo encontramos a él de otra manera” (214). “Él te envía a derramar el bien y te impulsa por dentro. Para eso te llama con una vocación de servicio: harás el bien como médico, como madre, como docente, como sacerdote. Donde sea podrás sentir que él te llama y te envía a vivir esa misión en la tierra” (215) subraya el Pontífice, que concluye su cuarta Encíclica con un llamamiento dirigido a todos los bautizados: “De alguna manera tienes que ser misionero, como lo fueron los apóstoles de Jesús y los primeros discípulos, que salieron a anunciar el amor de Dios, salieron a contar que Cristo está vivo y que vale la pena conocerlo. Santa Teresa del Niño Jesús lo vivía como parte inseparable de su ofrenda al Amor misericordioso: «Quería dar de beber a mi Amado, y yo misma me sentía devorada por la sed de almas». Esa también es tu misión. Cada uno la cumple a su modo, y tú verás cómo podrás ser misionero. Jesús se lo merece. Si te atreves, él te iluminará. Él te acompañará y te fortalecerá, y vivirás una valiosa experiencia que te hará mucho bien. No importa si puedes ver algún resultado, eso déjaselo al Señor que trabaja en lo secreto de los corazones, pero no dejes de vivir la alegría de intentar comunicar el amor de Cristo a los demás” (216).
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