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Propaganda Fide, todos los días hasta el fin del mundo.

Tiene un alma tan antigua como el Evangelio, una historia eclesial de cuatro siglos y el mandato intemporal de llegar a lo que al Papa Francisco le gusta llamar las "periferias" humanas y existenciales. El horizonte de acción de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos coincide con el mundo, donde la misión "ad gentes" requiere vocaciones, manos, inteligencia y estructuras.


Este 6 de enero, la actual Congregación para la Evangelización de los Pueblos celebrará el cuarto centenario de su puesta en marcha.

Decía el papa Pío XII en su encíclica misionera Fidei donum que la Epifanía es uno de los momentos del año litúrgico especialmente adecuados para recordar nuestro deber misional, ya que esta solemnidad “manifiesta cómo la salvación ya ha llegado al mundo” (n. 13). Por eso, es muy significativo que fuera ese el día elegido, hace cuatro siglos, por Gregorio XV para fundar la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, que hoy conocemos como Congregación para la Evangelización de los Pueblos y de la que dependen las Obras Misionales Pontificias, su principal instrumento.

La Congregación dio sucesivos pasos hasta quedar completamente perfilada y operativa. El primero fue este del 6 de enero de 1622, cuando el citado Pontífice erigió una congregación permanente para la propagación de la fe cristiana, compuesta por 13 cardenales, dos prelados y un secretario. La primera sesión tuvo lugar el día 14 del mismo mes, y enseguida se cursaron circulares a todos los nuncios del mundo y a los generales de las órdenes religiosas para solicitarles informes sobre las misiones.



Los siguientes pasos fueron la constitución apostólica Inscrutabili divinae providentiae, de 22 de junio de 1622, que erigía pública y canónicamente la Congregación; la carta apostólica Romanum decet Pontificem, de igual fecha, que arbitraba los recursos materiales necesarios; y el motu proprio Cum inter multiplices, de 14 de diciembre de ese mismo año, que establecía sus atribuciones y competencia. La institución se coronó con la fundación de un seminario propio: el Colegio Urbano (por el nuevo papa, Urbano VIII), erigido por la bula Immortalis Dei Filius, de 1 de agosto de 1627.

Se logró así consolidar un organismo romano que, libre de intromisiones políticas (en especial, los intereses del expansionismo de España y Portugal) y de particularismos de congregación, pudiera favorecer la reunificación de la cristiandad y el anuncio de la fe entre los pueblos aún no evangelizados. Pero la creación de la Congregación había sido un propósito acariciado ya por pontífices previos (particularmente, san Pío V, Gregorio XIII y Clemente VIII), que no habían podido culminarlo. Más aún, la intuición original se remonta nada menos que al mallorquín Ramon Llull (el beato Raimundo Lulio, s. XIII).


Ya en el presente, la Congregación sigue siendo, dentro de la Curia Romana, el órgano al que corresponde la coordinación y dirección de la misión universalista en la primera evangelización, con poderes ejecutivos y administrativos sobre los territorios de misión. A este dicasterio misional encomienda el Papa el impulso y supervisión de la obra misionera.



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